Reseña del libro "Juicio de menor cuantia 368/ 89: Historia de un expolio"
Una llamada de teléfono a la hora de comer. La voz del director de la sucursal bancaria con la que trabajas y un anuncio escalofriante: un juzgado acaba de ordenar el embargo de todas tus cuentas corrientes, depósitos e inversiones financieras, por un total de casi seis millones de . Todo el dinero que posees te es arrebatado en ese mismo momento. También todos tus bienes y propiedades. Un embargo preventivo efectuado al mismo tiempo que su notificación, así de sencillo y terrible. La venta de unos terrenos familiares llevada a cabo en 1979 y un proceso judicial prácticamente desconocido que, ahora, aparecía de improviso en nuestras vidas para truncarlas de manera brutal. Una toma de contacto inesperada con una realidad paralela que había de derribar los cimientos sobre los que se había edificado nuestro futuro. El inicio de un infausto periodo en el que nuestra vida y hacienda pasaba ya a estar en manos de jueces y abogados: los nuestros, intentando que saliéramos con bien de toda esta historia, y los de nuestros enemigos, luchando ferozmente por quitarnos hasta el último céntimo que pudiéramos tener. Ahora, inmersos en este proceso judicial instigado por nuestros enemigos, ya no importaba cuál hubiera sido la realidad de los hechos, sólo valía la verdad judicial que habían ido conformando jueces y magistrados a través de los distintos autos y resoluciones dictados en años anteriores; una verdad judicial absurda y disparatada, pero contra la que ya no se podía hacer nada. "Confío en la Justicia", oyes decir a algunas personas que se ven inmersas por primera vez en pleitos y procesos judiciales. Nosotros también lo dijimos. Entras en contacto con el mundo de la justicia con la confianza natural de la persona inocente que no ha hecho nada malo y que mantiene en su fuero interno la creencia en la bondad y el buen criterio de jueces y magistrados. Luego, resoluciones judiciales que no compartes y que ni tan siquiera puedes llegar a entender, van haciendo que pierdas esta confianza, mientras se va apoderando de ti un sentimiento creciente de rabia e indignación ante la impotencia que te produce no poder hacer nada en una situación en la que tú, ya, has pasado a ser un mero nombre en una serie de papeles en las que otros, jueces y abogados, hablan de ti y dictan resoluciones terribles que te sumen en la desesperación. Finalmente, cuando todo ha terminado y asumes tu situación, cuando analizas con frialdad los hechos y revisas los papeles del sumario, cuando descubres las mentiras y tergiversaciones que han ido configurando esa verdad judicial, es entonces, y sólo entonces, el momento en el que reconoces la miseria y podredumbre que anida en el comportamiento de muchos de estos personajes, y das paso a la indiferencia y al desprecio hacia todos ellos, jueces y magistrados, simples funcionarios investidos de un poder absoluto sobre la vida y la hacienda de los ciudadanos y sin más obligación o responsabilidad que la que emana de su propio sentido de la justicia y la simple argumentación de sus fallos. Y en paralelo con estos avatares judiciales el drama personal que se deriva de ellos, la tragedia de personas normales y corrientes que pasan a ser proscritos en la sociedad, sin atisbo alguno de esperanza y sin más horizonte que eludir la acción de sus enemigos hasta que con la muerte puedan poner fin a este calvario, un calvario del que solo podrán escapar sus hijos repudiando la herencia de sus padres. Juzgue el lector por sí mismo cuál es la realidad de esta historia y haga su propia valoración de los hechos. Sorpréndase con unas resoluciones judiciales inexplicables y aprenda a desconfiar siempre de la justicia. Rece porque ésta nunca se cruce en su camino y si, alguna vez, así sucediera, tenga muy claro que la realidad de los hechos va a ser manipulada por abogados e interpretada por jueces, encomiéndese entonces al Espíritu Santo y rece para que los tribunales le den la razón a Vd.